Música peruana, fiel reflejo de nuestra identidad
Pocos cultores de la música costeña o ‘criolla’ considerarían a un yaraví o una muliza en sus repertorios actuales.
Enriquecida durante más de cinco siglos, la música popular peruana es una de las manifestaciones culturales que mejor representa nuestra diversidad. Sus diferentes expresiones se han nutrido de infinidad de influencias y referencias propias y foráneas, alejándose –con fortuna– de la pureza y lo homogéneo. Esta premisa incluye, por cierto, a lo que se considera música folclórica peruana, pues, a partir de la etapa colonial las sonoridades de las culturas precolombinas fueron nutriéndose con instrumentación y estructuras armónicas llegadas desde Occidente.
Resulta peculiar que, desde una segmentación vinculada con la región geográfica en las que se han desarrollado, estas expresiones musicales mantengan actualmente perfiles independientes entre sí, y que, con el paso del tiempo y debido a cuestiones que podrían tener que ver con la idiosincrasia y la identidad de cada región, los vasos comunicantes e integradores entre los sonidos de costa, sierra y selva hayan ido difuminándose.
Pocos cultores de la música costeña o ‘criolla’ considerarían a un yaraví o una muliza en sus repertorios actuales, por ejemplo; a pesar de que hasta las primeras décadas del siglo XX estos estilos desarrollados en la región andina eran moneda común en reuniones y jaranas. Proceso inverso tuvo la marinera; estilo y danza que fue incorporándose al imaginario del ‘criollismo’ tras permanecer confinada al sector poblacional afroperuano, en el cual se originó con el nombre de zamacueca. Esta manifestación pasó a ser aceptada en jaranas y salones luego de la guerra con Chile, época en la que tomó su forma actual asimilando otros ritmos, como el de la resbalosa, y adquirió una denominación vinculada a la institución militar que tuvo los mejores resultados en la etapa inicial de este conflicto. Hoy es impensable una jarana criolla sin marineras o sin alguna muestra de la música afroperuana, pero también es poco común una fiesta de esa índole en la que puedan sonar huainos o carnavales andinos, por mencionar solo dos de los estilos que integran la rica musicalidad de los pueblos de esa región.
En lo sonoro, la integración entre lo andino y lo amazónico resulta algo más notoria, sobre todo en lo que a rítmica se refiere. La música desarrollada en la selva peruana, en vertientes como la pandilla o la cajada, comparte ese aspecto con el sonido de la sierra, con la percusión del bombo marcando compases que incitan lo festivo. El sonido selvático peruano recoge también la impronta ritual, casi hipnótica, de los pueblos originarios de esta región, y, así como en la costa se asimiló el vals europeo, aquí ocurrió lo mismo con la música negra brasileña y –más recientemente- la cumbia colombiana... Tremendo melting pot el de nuestra música. Que siga siendo libre y celebrémosla siempre.